Las palabras pueden abrir puertas o cerrarlas. Si te enredas al explicarte, lo que dices pierde fuerza y tu imagen profesional se resiente. Aprender a ser claro no es un lujo, es una necesidad.
Todos hemos pasado por eso: un examen que no hemos preparado bien y la tentación de escribir de más para disimular lo que no sabemos.
O cuando el jefe te pide una presentación que no entiendes del todo y acabas rellenando diapositivas sin ton ni son.
O cuando no tienes muy claro lo que tienes que pedir a un proveedor y escribes un email lleno de ambigüedades.
Es evidente que la verborrea, la falta de precisión o concreción se ve en muchos contextos… y el problema es que esa opacidad nos delata: tu profesionalidad queda coja si no eres capaz de explicarte con claridad.
Investigadores que no saben explicarse o que se ven obligados a decir demasiado
Es terrible la presión por publicar que padecen los equipos de investigación. El número de artículos publicados es uno de los factores para decidir si se continúan financiando las investigaciones. Quizás eso explica, en parte, por qué los equipos se ven obligados a publicar más trabajos de los que consideran justificados. Ahí es donde suelen entrar en juego explicaciones poco claras, que tratan de dar mayor relevancia a un estudio o simplemente, de ayudar a que pase desapercibido.
La ganadora del premio Nobel Katalin Karikó, a quien debemos la tecnología que permitió desarrollar vacunas contra la COVID-19, pasó años sin publicar nada. Y cuando lo hizo, no tuvo apenas repercusión. Y aun así, nadie discutiría el valor de su trabajo, que no solo la hizo merecedora del máximo galardón al que puede aspirar una científica, sino que tuvo un papel determinante en una de las vacunas que tantas vidas salvó.
Pero, cuidado, porque en ocasiones, el problema de los artículos científicos es la falta de pericia del redactor/a, una falta de claridad en el planteamiento o sencillamente, de falta de tiempo. Entonces, la forma inadecuada de comunicar un trabajo científico puede desmerecerlo.
Empresas con aires de grandeza
Los informes empresariales suelen estar llenos de frases largas, términos innecesarios y palabras complicadas.
Parece que así damos prestigio a la organización, mostramos que somos una empresa seria y que dominamos bien nuestro ámbito de trabajo.
El resultado son documentos difíciles de entender y que no transmiten lo esencial. Y eso también tienes costes en términos de imagen. La pregunta es cuántas personas leen esos informes.
Ponentes que dan la turra a las pobres audiencias
A todos nos ha tocado escuchar a alguien hablar durante minutos sin llegar a un punto claro.
Los ponentes a veces se «enrollan», perdiéndose en detalles o yendo por caminos que no aportan al mensaje principal.
Y si hay algo que las audiencias no perdonan es que las aburramos y les hagamos perder el tiempo. Siempre recordemos pensar en ellos: a nosotros tampoco nos gustaría vernos obligados a escuchar a alguien que no nos aporta valor.
En la comunicación diaria
No solo pasa en grandes informes o presentaciones. En correos, mensajes de texto y hasta en redes sociales, muchas veces usamos más palabras de las necesarias. Un exceso de formalidades o detalles sin importancia complica lo que debería ser un mensaje simple. Y lo peor: no logramos que se entienda bien.
¿Por qué nos «enrollamos»?
A veces es falta de habilidad, otras de tiempo, otras de claridad. Nuestra opinión siempre es que si el documento que vas a publicar no aporta nada, y has dedicado tiempo propio o de tu equipo a elaborarlo, estás perdiendo dinero. Eso se aplica a boletines, informes, contenido en redes sociales…
De soft skill, nada: la comunicación es esencial
Tenemos una teoría de por qué la capacidad de comunicar se percibe como una habilidad «débil»:
No es fácil medirla. Las habilidades técnicas pueden evaluarse con pruebas objetivas, pero la claridad en la comunicación no siempre se puede cuantificar de manera directa.
Muchos creen que es una capacidad natural. Se asume que comunicar bien es algo innato, cuando en realidad es una competencia que se aprende y se perfecciona con formación y práctica.
Se subestima su impacto. En muchos sectores se valora más el conocimiento técnico que la capacidad de explicarlo o transmitirlo eficazmente.
Se asocia con lo «social» en lugar de lo estratégico. Se suele asociar con relaciones interpersonales o trabajo en equipo, cuando en realidad afecta la productividad, la toma de decisiones y la efectividad de cualquier organización.
¿Por qué en realidad es una habilidad crítica?
Define el liderazgo. Los grandes líderes no son solo los más preparados técnicamente, sino los que pueden explicar, inspirar y persuadir.
Repercute sobre la eficiencia. Una mala comunicación genera pérdidas de tiempo, errores y malentendidos costosos.
Afecta la credibilidad. Un mensaje enredado hace que las ideas parezcan poco sólidas, sin importar lo brillantes que sean.
Es clave en la toma de decisiones. Si los datos o ideas no se presentan con claridad, las decisiones que se tomen a partir de ellos pueden ser erróneas o ineficientes.
En suma, la claridad no es opcional
Si no te explicas con claridad, alguien tendrá que interpretar lo que quieres decir. Y ahí es donde empiezan los problemas.
La comunicación no es una habilidad secundaria ni un complemento estético: es una herramienta estratégica. No se trata solo de escribir mejor o de hablar con más fluidez, sino de facilitar la toma de decisiones, evitar errores costosos y construir credibilidad.
Un mensaje confuso no solo desperdicia tiempo y recursos, sino que también perjudica tu imagen profesional. Ser claro no es un lujo ni una cuestión de estilo: es la diferencia entre ser entendido o ser ignorado.
